Uno de los vicios más antiguos de la narración de historias es caer
en la tentación de enumerarlo todo, decirlo de manera explícita, darlo
como información plana, como una foto de pasaporte, como un dato en el
currículo de alguien. Este tipo de escritura no es la mejor en ninguna
época, pero era más tolerada por los lectores anteriores a la revolución
de los medios de comunicación porque era la técnica predominante y se
encontraba en todas partes.
Hoy, en cambio, estamos rodeados de muchos medios para contar
historias, muy variados en sus formas y en sus estrategias de entrega de
la información. Los lectores de hoy son más exigentes, se aburren con
mayor facilidad y no están dispuestos a tolerar, en ningún medio, ni
siquiera el escrito, la narración lineal, ultradescriptiva y omnisciente
a la que estaban acostumbrados los lectores del siglo XIX. Y esto se
extiende no solo a la narrativa ficcional: abarca también la escritura
técnica, científica y didáctica.
Además, en los tiempos modernos, con tanta información disponible, el
lector no tiene tiempo para perderlo miserablemente y sin consecuencias
en textos banales. Si no se captura su atención, se moverá tan pronto
como sea posible al siguiente.
Una de las muchas estrategias para lograr textos más dinámicos es
recordar la vieja regla –hoy tan necesaria en tiempos de cine y medios
de narración audiovisuales– de mostrar en lugar de decir. Todo
cuanto hayamos elegido incluir en el texto estará ahí si, y solo si,
tiene un propósito, sirve para algo, si estamos dispuestos a
entretejerlo en la trama global de la escritura. [Y recordemos algo: texto significa ‘tejido’; trama
es la manera en que los hilos de la tela están entretejidos. No estoy
hablando aquí solamente de ficción, sino de cualquier forma de
escritura, incluidas la científica y académica, cuyas palabras también
forman un texto y se organizan entramadamente, es decir, también tienen
una trama].
Tomemos un ejemplo: un personaje se presenta en la página 1 y dice
“Hola, soy Roberto, estudio en la secundaria y vivo cerca de la casa de
mi tía” y luego sigue hablando de cualquier otra cosa y en el resto de
la narración, la tía no pasa de ser una curiosidad dicha en la
presentación del personaje y no vuelve a tener papel relevante alguno en
su vida. Habría dado lo mismo eliminar esa oración del libro y, con
eso, hacerle la vida menos cansada al lector, quitarle basura y
estorbos, reducir lo innecesario.
Ahora bien, una manera no autodescriptiva y banal de poner esto
habría sido darle algo que hacer a la tía y a la casa. Entonces, Roberto
no nos cuenta, estático, que tiene una tía. En lugar de eso, durante el
recreo de una de sus clases, recibe una llamada de su madre que le
pide, por favor, pasar por la casa de su tía cuando regrese del colegio,
para recoger un pastel o una carta. En este momento no sabemos en dónde
está la casa de la tía. Roberto, en efecto, se desvía ligeramente de su
ruta habitual (con lo que ya nos da una idea de cuán lejos o cerca vive
la tía), abre tranquilamente el portón de la casa y entra, solo para
descubrir que nadie le contesta a la puerta. Se asoma por una ventana
lateral entreabierta y ve a su tía tendida en el suelo. Ni Roberto ni
nosotros sabemos, en este punto, si sufrió un ataque al corazón, si
alguien la asaltó y la golpeó o asesinó o si la tía ha tomado la
decisión de tirarse sobre la alfombra de la sala por alguna razón
perfectamente racional y nada fantasiosa. Las decisiones que sigan harán
que la historia tome un giro: detectivesca y de acción, si se trataba
de un ladrón o de un homicidio; dramática, si tiene un ataque al
corazón; y, ¿por qué no?, de fantasía si la tía ha descubierto un
inmenso hoyo interdimensional flotando encima en el techo de su sala y
no logra salir de su asombro.
Y ahora nuestro personaje debe reaccionar ante lo ocurrido: ¿saldrá
corriendo a casa de su madre para contarle lo sucedido?, ¿llamará
desesperadamente al 911?, ¿tratará de entrar a la casa para verificar lo
que ocurre?, ¿se congelará por el pánico?, ¿se irá indiferente y dejará
a su tía en el suelo, sin piedad ni consecuencia?
Y así, como resultado, el lector podrá sacar sus propias conclusiones
sobre los acontecimientos, preguntarse por qué están ocurriendo y crear
la biografía del personaje sin que el autor deba dársela: la puede
reconstruir a partir de la narración. Esto coloca al lector en la
posición de contribuir activamente a la interpretación, le da algo que
hacer y lo compele a mantener una actitud alerta y despierta porque la
única manera de averiguar más detalles sobre el personaje es seguirlo a
lo largo de la historia para ver qué hace, de la misma manera
que nos ocurre en la vida real, con las personas a nuestro alrededor: no
podemos meternos en su cabeza y en su psique, ni siquiera podemos
confiar plenamente en sus palabras; sin embargo, sus acciones sí las
podemos ver (aunque filtradas por nuestra propia psique y percepción de
los acontecimientos): son nuestro «objeto tangible», nuestra única
prueba de quién puede ser el otro.
¿Y en la escritura académica?
¿Cómo traducimos esta regla a la escritura académica, científica o
autobiográfica, si no tenemos personajes ni estamos escribiendo una
novela? Es erróneo pensar que no tenemos personajes: la voz narrativa
es, en sí misma un personaje. Hay muchas maneras para hacer que esta voz
narrativa guíe al lector en un texto fluido y visual: introducir
anécdotas, contar ejemplos, mostrar los acontecimientos de la manera más
gráfica posible (como experimentos, ya sean exitosos o fallidos). Todo,
absolutamente todo, se recuerda mejor si nos dan una imagen para
asociarla con esos contenidos. Y con esto no me refiero a acompañar el
texto con fotografías, sino a darle al lector la materia prima necesaria
para que sea capaz de recrear (con un papel activo) la imagen de lo que estoy tratando de mostrarle, de transmitirle, de enseñarle. Y recordemos que enseñar tiene el doble sentido de «mostrar» y de «educar».
Así, en ese libro tan académico sobre la biodiversidad, sabremos que
quien nos habla «tiene una tía», si introduce la anécdota de cómo
descubrió por primera vez, a los siete años, los poderes de la sábila
cuando luego de que el niño se quemara accidentalmente por una
travesura, la tía corriera desesperada a su jardín, cortara las hojas de
una planta y, sin pensarlo dos veces, le pusiera su pulpa refrescante
en el lugar de la quemadura.
Luego, el autor de este libro nos dirá que esta planta se llama Aloe vera,
también conocida como sábila, una planta medicinal que abunda en los
jardines de las tías amantes de las plantas y expertas en los viejos
remedios de la tradición ancestral de los pueblos.
Y de paso, no solo sabremos que el autor (o la voz narrativa, en
realidad) tiene una tía (un rasgo de humanidad que nos ayuda, como
lectores, a identificarlos), sino que además nos muestra aspectos
culturales del país del autor (la existencia de jardines cuidadas por
señoras de cierta edad como práctica cultural distintiva), aspectos
científicos (es una planta común, de cierto tipo de territorios y que
crece fácilmente en los jardines) y aspectos de uso (la planta sirve
para aliviar las quemaduras).
Y, pues claro, la imagen de la tía y del evento que
nosotros, sin ninguna descripción adicional, hayamos creado, nos servirá
como herramienta mnemotécnica para evocar luego la planta. «¿Cómo se
llamaba la planta y para qué servía?», preguntará el estudiante durante
el examen, y entonces verá a la tía que se imaginó: ya sea gordita o
esbelta, de 50 años o de 80, con su bata de dormir o con ropa de
jardinera, con una regadera en la mano o con una manguera, corriendo
para traerle la salvación a ese niño travieso que llora porque se ha
quemado… Eso dependerá de los recuerdos a los que acuda el estudiante
para recrear (reconstruir) el texto en su imaginación: ¿tiene
una tía que ama los jardines?, ¿o es acaso su madre?, ¿o una vecina?, ¿o
la madre de su mejor amigo?, ¿le sucedió alguna vez algo similar a lo
narrado?
Así, también en la escritura académica, sobre todo si es didáctica y
tenemos al lector-estudiante como prioridad, es necesario aprender a mostrar.
Bibliografía recomendada
Sobre el tema específico de la construcción de personajes, por lo
tanto, solamente puedo recomendar una obra escrita en inglés por el
escritor norteamericano Orson Scott Card: Characters
& Viewpoint. How to invent, construct, and animate vivid, credible
characters and choose the best eyes through which to view the events of
your short story or novel. (Hay más obras sobre el tema, escritas por otros autores, también en inglés).
Sobre la escritura no ficcional, recomiendo nuevamente la obra de William Zinsser, On writing well
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Me ha sido muy útil,
ResponderEliminarMuchas gracias por leernos y dejarnos tu comentario. Nos alegra que el post haya sido de tu interés. :)
EliminarUna información muy muy interesante e igual de útil. Enhorabuena y muchas gracias!
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