Algunos de los participantes en nuestros cursos on line de Narrativa o de Redacción y Estilo me han preguntado en alguna ocasión sobre la conveniencia de utilizar palabras que, pese a ser utilizadas, no están en el diccionario. Navegando por la red he encontrado este artículo en la web de la Fundación del Español Urgente (FUNDEU) firmado por Elena Álvarez en el blog "Molino de ideas" donde se aborda este tema de una manera simpática. A continuación os transcribo el artículo y espero que me conteis qué opinais...
Leche, cacao, avellanas y lexemas o ¿son incorrectas las palabras que no están en el diccionario?
FUENTE: http://www.fundeu.es/noticias-articulos-leche-cacao-avellanas-y-lexemas-o-son-incorrectas-las-palabras-que-no-estan-en-el-diccionario-7146.html
Si alguien va por el campo, ve una hierba, consulta un libro de botánica y no viene, no se le ocurre decir que esa hierba no existe, sino que esa hierba no está en su libro de botánica. Nadie puede decir a un hispanoparlante “esta palabra no existe”. Se puede decir que no está en el diccionario… pero la culpa no la tengo yo por usar la palabra sino el diccionario por no reflejar bien el léxico. Mucha gente cree que el diccionario de la RAE es como los mandamientos de la ley mosaica y que si los incumples vas al infierno.
Esta es la repuesta que dio el investigador López Facal cuando le preguntaron si al usar una palabra no recogida en el DRAE estábamos hablando en castellano incorrecto. Los hablantes producen, los diccionarios recogen. Y nunca al revés. Son los hablantes quienes crean y utilizan las palabras, y a partir de su uso, la RAE las registra y define. No existe una churrera para generar palabras buenas en posesión de la Academia (aunque la imagen de todos los académicos dándole a la manivela con ahínco y produciendo palabras decorosas como longanizas es impagable).
Se crean palabras nuevas constantemente. Algunas afortunadas prosperan, se extienden como mantequilla sobre la faz de la panhispania y con el tiempo se hacen un hueco en el vocabulario general del español. Pero la mayoría se quedan en experimentos abortados. El darwinismo léxico es implacable y sólo las verdaderamente adaptadas al medio sobreviven. No obstante, el ritmo de los diccionarios para aceptar palabras es muy inferior a la velocidad del idioma. Las outsiders del diccionario son incontables. Hemos comentado ya que hay ausencias incomprensibles como gominola o rúcula, palabras veteranas que siguen viviendo al margen de la ley diccionaril.
En la trastienda del Molino guardamos como oro en paño una inmensa colección de palabros. Como en botica, hay de todo: exóticas, viejunas, eruditas, barriobajeras, del montón. En total, rozan el millón y medio de unidades, así que la fiesta está bastante animada. Y cada día llegan más, a pesar de que creíamos tener todo lo tenible. Las sugerencias del respetable hablante canalizadas a través del Doctor Cuaicap son una fuente inagotable de términos válidos que no suelen aparecer en los diccionarios ni en los lexicones. El juego es sencillo, es el palabras encadenadas de toda la vida jugado contra el sapiente Doctor, que tira de las palabras que el Molino almacena en la despensa. Millón y medio de palabras son muchas palabras, parece difícil que el jugador dé justo con una que no está. Y a pesar de todo, cada día llegan a las tripas molineras palabras que los jugadores han introducido y que nos faltan. Todas las palabras que los usuarios mandan son estudiadas y valoradas, y gracias a ellas engrosamos nuestro nutrido rebaño de palabras consiguiendo ejemplares que no tiene nadie.
Esta es la repuesta que dio el investigador López Facal cuando le preguntaron si al usar una palabra no recogida en el DRAE estábamos hablando en castellano incorrecto. Los hablantes producen, los diccionarios recogen. Y nunca al revés. Son los hablantes quienes crean y utilizan las palabras, y a partir de su uso, la RAE las registra y define. No existe una churrera para generar palabras buenas en posesión de la Academia (aunque la imagen de todos los académicos dándole a la manivela con ahínco y produciendo palabras decorosas como longanizas es impagable).
Se crean palabras nuevas constantemente. Algunas afortunadas prosperan, se extienden como mantequilla sobre la faz de la panhispania y con el tiempo se hacen un hueco en el vocabulario general del español. Pero la mayoría se quedan en experimentos abortados. El darwinismo léxico es implacable y sólo las verdaderamente adaptadas al medio sobreviven. No obstante, el ritmo de los diccionarios para aceptar palabras es muy inferior a la velocidad del idioma. Las outsiders del diccionario son incontables. Hemos comentado ya que hay ausencias incomprensibles como gominola o rúcula, palabras veteranas que siguen viviendo al margen de la ley diccionaril.
En la trastienda del Molino guardamos como oro en paño una inmensa colección de palabros. Como en botica, hay de todo: exóticas, viejunas, eruditas, barriobajeras, del montón. En total, rozan el millón y medio de unidades, así que la fiesta está bastante animada. Y cada día llegan más, a pesar de que creíamos tener todo lo tenible. Las sugerencias del respetable hablante canalizadas a través del Doctor Cuaicap son una fuente inagotable de términos válidos que no suelen aparecer en los diccionarios ni en los lexicones. El juego es sencillo, es el palabras encadenadas de toda la vida jugado contra el sapiente Doctor, que tira de las palabras que el Molino almacena en la despensa. Millón y medio de palabras son muchas palabras, parece difícil que el jugador dé justo con una que no está. Y a pesar de todo, cada día llegan a las tripas molineras palabras que los jugadores han introducido y que nos faltan. Todas las palabras que los usuarios mandan son estudiadas y valoradas, y gracias a ellas engrosamos nuestro nutrido rebaño de palabras consiguiendo ejemplares que no tiene nadie.
La cosecha de las últimas semanas ha sido especialmente fecunda. Entre los últimos especímenes capturados, hay algunas joyitas que nunca debieron faltar, como kosovar, neomudéjar, menudez, sesentero, pachas, poligonero o (mi preferida) zascandileantes. Algún biosanitario ha estado jugando, porque de la noche a la mañana aparecieron ortesis, oncorratón, zoogenética y osteosíntesis. Un nigromante nos propuso pentáculo. Al principio pensamos que sería alguna perversión innombrable (o un monóculo para criaturas con cinco ojos) pero resultó ser la estrella de cinco puntas pitagórica. Hemos hecho grandes descubrimientos, como que existen ventanas oscilobatientes y que el chismito para limpiar la roña de la vitro se llama rascavidrios. La bandejita del recibidor de casa donde uno deja las llaves y la calderilla es un vaciabolsillos. Y el xoloitzcuintle ya ladra felizmente en nuestro lexicón, aunque todavía no sabemos pronunciarlo. Ayer mismo entró tetrahidrocannabinol (un saludo cariñoso a todos los porreros que nos sintonizan). Y la pobre kaiku fue rechazada en varias ocasiones (creyendo, inculticiamente, que se trataba de una marca comercial), hasta que una buena amiga vasca me comentó que se trataba de una chaqueta típica de la zona (además de un cuenco de madera para recoger la leche ordeñada, Wikipedia dixit). Bellas creaciones morfológicas como heliocentrista, salmonero, sobrevaloración u obcecamiento también tienen su hueco. No son muy frecuentes, pero desde luego son perfectamente válidas y están bien construidas aunque no se encuentran en los diccionarios convencionales.
Sin embargo, otras criaturas no han pasado el casting pertinente. Los nombres propios seguimos sin admitirlos (es una lista de nombres comunes, y al menos en mi clase los nombres propios en el palabras encadenadas no se valían). Hay algunas vacilaciones ortográficas que se hacen las locas, pero ni por esas: *bellocinio, *axfisiantes y *ostil por ahora siguen en el banquillo. Hay confusiones simpáticas como lisántropo (¿suponemos que es el hombre lobo misántropo?), antiestamínicos (¿prima de antihistáminico?), yuyeno (¿yeyuno y duodeno, todo en uno?) o urogayo (¿el urogallo de Uruguay?).
Esta noche alguien nos ha dejado en la puerta la palabra nocilla, y no sabemos qué hacer con ella. ¿Es un nombre propio o ha pasado a ser de dominio público, como le pasó a kleenex? ¿Una crema hecha de leche, cacao, avellanas y azúcar sigue siendo nocilla aunque la fabrique Hacendado? ¿Vale pedir una cocacola en un bar y que te traigan pepsi? ¿En qué momento Nutella se coló en nuestras vidas intentando desplazar a la muy castiza Nocilla? Al final, el debate ha degenerado y hemos acabado discutiendo acaloradamente sobre si los grumitos del colacao ganan al nesquick o no.
SI ESTÁS EN TOLEDO (ESPAÑA) TE INVITAMOS A CONOCER NUESTRA
ESCUELA DE ESCRITURA CREATIVA (PRESENCIAL)
Sin embargo, otras criaturas no han pasado el casting pertinente. Los nombres propios seguimos sin admitirlos (es una lista de nombres comunes, y al menos en mi clase los nombres propios en el palabras encadenadas no se valían). Hay algunas vacilaciones ortográficas que se hacen las locas, pero ni por esas: *bellocinio, *axfisiantes y *ostil por ahora siguen en el banquillo. Hay confusiones simpáticas como lisántropo (¿suponemos que es el hombre lobo misántropo?), antiestamínicos (¿prima de antihistáminico?), yuyeno (¿yeyuno y duodeno, todo en uno?) o urogayo (¿el urogallo de Uruguay?).
Esta noche alguien nos ha dejado en la puerta la palabra nocilla, y no sabemos qué hacer con ella. ¿Es un nombre propio o ha pasado a ser de dominio público, como le pasó a kleenex? ¿Una crema hecha de leche, cacao, avellanas y azúcar sigue siendo nocilla aunque la fabrique Hacendado? ¿Vale pedir una cocacola en un bar y que te traigan pepsi? ¿En qué momento Nutella se coló en nuestras vidas intentando desplazar a la muy castiza Nocilla? Al final, el debate ha degenerado y hemos acabado discutiendo acaloradamente sobre si los grumitos del colacao ganan al nesquick o no.
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No creo que sean incorrectas por el simple hecho de no estar en un diccionario, simplemente no han sido reconocidas..
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