Consejos para escritores: ¿es conveniente el estudio de la escritura creativa para ser escritor? - El blog de VERBALINA
martes, 18 de septiembre de 2012

Navegando por la red he encontrado este artículo de Antonio Orejudo sobre la resistencia que ofrecen algunos escritores y aficionados a la escritura a estudiar técnicas de creación literaria. ¿Cuál es tu opinión?

"La vetusta escuela de Filología española siempre ha mirado con desdén el estudio de la creación literaria".
ANTONIO OREJUDO

Es difícil imaginar al niño Beethoven recibiendo un pescozón de su maestro de solfeo por haberse equivocado al marcar mal el compás de cuatro por cuatro. O a Velázquez soportando en silencio el rapapolvo del suyo, disgustado porque el niño ha resuelto mal un problema de perspectiva. Y sin embargo, nadie pone en duda que Beethoven y Velázquez tuvieran que adquirir en algún momento de su vida los rudimentos de las artes en las que destacaron. Para componer la Quinta Sinfonía Beethoven tuvo que aprender a solfear en diferentes claves y someterse a la disciplina que exige el aprendizaje de un instrumento musical. Para pintar Las Meninas, Velázquez tuvo que aprender a tomar apuntes del natural y recibir lecciones de composición y color. Para dominar alguna de las seis bellas artes se debe estudiar y adquirir una técnica. Y lo mismo sucede con las artes menores. El cocinero tendrá que aprender las propiedades de los alimentos, el sastre a cortar patrones y el mecánico el funcionamiento del motor.

Solo la literatura ha parecido durante mucho tiempo ajena a esta exigencia de aprendizaje. Métodos que enseñan los principios generales de la música, de la pintura, manuales de cocina o cursillos de costura los ha habido siempre. Pero hasta hace muy poco, algo más de una década, era raro encontrar en España cursos, escuelas o publicaciones que enseñaran a escribir novelas. Y todavía hoy es imposible encontrar un libro que ofrezca pautas para componer poesía. Es como si hubiera un acuerdo tácito en que las cosas de la escritura no se pueden enseñar.

Esta resistencia típicamente española a enseñar cómo se escribe ficción viene de un prejuicio romántico: la idea de que el escritor, el poeta (pero no el artista, ya lo hemos visto en el caso de Beethoven y Velázquez) nace, no se hace. El artista literario es un ser poseído por los dioses, furioso, que hace arte en estado de gracia.

Cuando en alguna charla o reunión con lectores he hablado de mi oficio, la gente solía sorprenderse de que el trabajo de un escritor consistiera básicamente en madrugar y en escribir lo que fuera durante unas cuantas horas al día independientemente del estado de ánimo y del resto de quehaceres. Para mi sorpresa, muchos lectores seguían creyendo en la inspiración y en las musas, y se imaginaban al escritor como un médium poseído por los espíritus. Estos lectores me miraban incrédulos cuando les confesaba que escribir una novela no es algo que se haga comenzando por el principio y terminando por el final, sino un trabajo muy fragmentario y caótico, más parecido a la composición de un puzzle que a la escritura de una carta o de un correo electrónico. Probar, borrar, reescribir, cambiar de lugar, suprimir, duplicar…, en eso consiste mi trabajo, les decía. Escribir es una mínima parte del proceso.

Esta tendencia irracional a dejar fuera de las artes el arte de la literatura empezó a ceder terreno en la década de los noventa del pasado siglo con la inauguración en Madrid de la Escuela de Letras. A partir de ese momento empezaron a publicarse métodos sobre diferentes aspectos y problemas de escritura. Aparecieron asimismo talleres organizados por entidades privadas, por librerías y por organismos públicos, que enseñaban a escribir obras de ficción. Y sucedió también algo sorprendente: la vieja universidad española abrió sus puertas, primero en enseñanzas no regladas y recientemente en las enseñanzas subgraduadas, a la escritura creativa, una disciplina que hasta entonces había permanecido fuera de la Academia.

La vetusta escuela de Filología española siempre había mirado con desdén el estudio de la literatura contemporánea, que según su ortodoxia estaba más cerca del periodismo cultural que de la verdadera crítica. La creación literaria también sufrió el menosprecio de los viejos profesores, que compartían el mencionado prejuicio romántico: para ellos la literatura era un don, una secreción natural del genio creador, y por lo tanto carecía de mérito. El estudio de la ficción era en cambio una disciplina intelectualmente superior. Uno no podía aprender a ser un buen escritor, pero sí podía aprender a ser un buen filólogo. La filología era una disciplina: requería trabajo, esfuerzo y preparación. La literatura en cambio solo requería talento. Todavía hoy se padecen los efectos de esta manera de ver las cosas: la universidad española no valora en el expediente académico las obras de creación, pero sí los estudios sobre esas mismas obras.

En el mundo anglosajón la situación es diferente. Muchas universidades obligan a sus alumnos de primer año a tomar un curso de escritura académica para que aprendan a redactar exámenes y trabajos de clase. Además, algunas de ellas cuentan con departamentos de Creative writing o con escritores de primera fila contratados por los correspondientes departamentos de inglés para que impartan cursos de literatura práctica, por llamarla así. Philip Roth o David Foster Wallace, que obtuvo un máster en escritura creativa, se han dedicado durante años a este tipo de enseñanza.

Afortunadamente, la renovación del profesorado universitario está acabando con ese prejuicio, y cada vez son más los departamentos universitarios españoles que ofrecen cursos de creación literaria en los niveles subgraduados y posgraduados. El problema es que la mayoría de los estudiantes que llegan a los primeros cursos universitarios lo hacen con escasas lecturas y con serias dificultades para expresarse por escrito. En estas circunstancias, sin saber prácticamente leer, resulta grotesca la pretensión de enseñarles a escribir ficción.

Lo que está todavía por explorar –y su sola mención despierta suspicacias, cuando no burlas, entre los profesores más tradicionales– son las posibilidades de la creación literaria, de estas herramientas prácticas, en la renovación de los estudios literarios. Trazar la historia de los diálogos en la narración, por poner un ejemplo, estudiar cómo los autores han hecho hablar a sus personajes a lo largo de la historia puede ser muy útil para un aprendiz de escritor. Lo interesante es que un seminario titulado “Historia del diálogo” es también un excelente curso de doctorado para un filólogo tradicional.
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2 comentarios:

  1. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  2. Buen artículo... aunque siempre habrán opiniones contrapuestas cómo en todo... A mi juzgar la función de desarrollar escritura creativa debe ser una combinación de compromisos y una mezcla de aptitudes innatas... Sé que es mejor adoptar una postura empírica en casi todas las ramas profesionales u de oficio, sin embargo yo estoy más convencida que es de mayor utilidad promover mis propias técnicas pragmáticas. Y es que como en todo la ardua práctica y la mejora continúa hacen al maestro... Aunque no por ello hay que estar cerrados a ser más competitivos en el oficio mediante la ayuda de ciertas herramientas que impulsen nuestro trabajo hacia la excelencia... La clave sin duda es estar abierto a seguir aprendiendo del mundo exterior y de todo aquello que nos rodea.

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